La realidad cambia delante de nuestros ojos a un ritmo tan vertiginoso que, para darle cabida en las palabras, nos vemos forzados a inventar neologismos continuamente: antropoceno, robotlución, globótica, infoxicación entre otros presagios del futuro. La sostenibilidad conjura el temor a ese incierto mañana, lleno de interrogantes, y señala el horizonte hacia el que nos encaminamos.
Quién sabe si acabará en un colapso medioambiental o en una nueva era de ilustración ecológica el experimento de la naturaleza con el primate humano. Si hemos de creer a los expertos, contamos con tres décadas para descarbonizar la atmósfera antes de que atravesemos el umbral de un calentamiento irreversible, y esté fuera de nuestro alcance decidir nuestro porvenir. Pero no es la primera vez que la humanidad se encuentra en un callejón sin salida y, pese a todo, consigue salir airosa del desastre previsto haciendo valer su ingenio. Pertenecemos a una especie que ha sobrevivido a glaciaciones, extinciones masivas y desafíos ecológicos, si bien se ha convertido en la peor amenaza para sí misma. Somos capaces de enviar nuestras naves fuera del sistema solar y tripular nanorobots por nuestro circuito sanguíneo, pero todavía nos cuesta soportar la realidad, asumir nuestros límites y alinear nuestras acciones con nuestras convicciones. La noción de un yo desconectado e independiente sigue siendo una de las más tenaces fantasías de la cultura moderna, que impugna la visión de la vida como una trama sin centro ni final.
El sapiens es un animal singular, capaz de dirigir no solo su propia evolución sino también la de los otros habitantes del planeta. Su historia está marcada por un paulatino incremento de la conciencia, primero de su propia existencia, luego de sus orígenes biológicos y, por último, de su interconexión con todo lo viviente. De ahí también que no pueda eludir la responsabilidad ética de cuidar del planeta, del cual forma parte y depende para sobrevivir, sin deshumanizarse. Es más: cobrar conciencia de la Biosfera, del parentesco genético de todos los seres y de su mutua dependencia representa su mayor proeza intelectual y la condición de posibilidad de que alumbre una solución a la actual emergencia climática.
Solo si el sentimiento de comunidad planetaria prevalece sobre las mil y una formas de etnocentrismo, sectarismo y supremacismo, conseguiremos desviar el rumbo suicida de la sociedad tecnocapitalista y revertir los estragos del Antropoceno. Sería difícil exagerar la importancia de las herramientas tecnológicas y el conocimiento científico en esta tarea, pero a menudo no concedemos el mismo valor a los saberes humanísticos, sin aparente utilidad práctica, pero que se han demostrado fundamentales para ayudar al género humano a resistir la incertidumbre e imaginar otros mundos posibles. La filosofía, la literatura y el arte aportan consuelo, inspiración y significado, todos ellos ingredientes esenciales de la receta de la sostenibilidad. Algo que todos sabemos, pero tendemos a olvidar, es que los humanos necesitamos contarnos historias para dotar de sentido y valor nuestras empresas y sacrificios personales. De lo contrario, se desimanta nuestra brújula interior y solo podemos extraviarnos. Extraemos la fortaleza de nuestras creencias y la energía para movilizarnos de esas ficciones colectivas.
Tanto los tecnooptimistas, que confían en la geoingeniería, la fusión nuclear u otras innovaciones para poner freno al calentamiento global, como los colapsólogos, para quienes nuestra civilización de los combustibles fósiles es un enfermo terminal sometido a cuidados paliativos, o los adalides de la transición ecológica y la economía verde están convencidos de que nos hallamos a las puertas de una transformación radical. El caso es que, por acción u omisión, lo único seguro parece el cambio. Si no hacemos nada o lo suficiente, la situación se precipitará. Y lo mismo podría decirse si afrontamos el reto climático. Sea como fuere, nos encontramos en los albores del Gran Salto para unos o del ecocidio para otros.
Cómo absorber más gases invernadero de los que emitimos constituye el desafío medioambiental de nuestro tiempo, y el argumento del épico relato que todos estamos llamados a protagonizar para salvarnos de nosotros mismos. Si queremos seguir aquí, urge refundar nuestra civilización industrial sobre otra lógica que la del máximo beneficio, el crecimiento ilimitado y el antropomorfismo. Ahora bien, la transición hacia una sociedad descarbonizada, además de energética y digital, debe ser también ética, pues no hay mayor innovación que un cambio de mentalidad. Entusiasmar esa es la palabra clave, si no queremos que la sostenibilidad se convierta en otra mentira piadosa y un pretexto para seguir con nuestro temerario estilo de vida un poco más, en vez de un verbo transitivo, un valor moral y el principio de esperanza que necesitamos.
Por muy importante que sea favorecer la gobernanza internacional, reducir la huella ecológica, abogar por un nuevo contrato socioambiental, potenciar la producción de energía limpia y acelerar la transición hacia una economía circular, se requiere algo más para salir airosos de la encrucijada en que nos encontramos. Además de aunar esfuerzos empresariales, políticos y educativos en la tarea común de conciliar las necesidades de la civilización con la conservación del jardín planetario, necesitamos poner música a nuestros argumentos y colonizar el imaginario colectivo con una nueva narrativa, que celebre una relación con la Tierra no fundada en la rapiña y el consumismo desaforado sino en el respeto, el cuidado y el conocimiento.
Somos plenamente conscientes de que nuestro modelo económico y de negocio está agotado, y nos acucia transformar nuestros hábitos de producción y consumo antes de que las condiciones de la vida en el planeta empeoren drásticamente. Ha llegado la hora de demostrar la utilidad de lo inútil para propulsar esa revolución mental y dar una oportunidad a la justicia climática. A los científicos, innovadores y activistas se les deben unir los pensadores, literatos y artistas para que nos muestren el camino y nos ayuden a alumbrar una nueva cosmovisión, que resignifique nuestra condición de terrícolas. Las paralelas del progreso y la tecnología se encuentran en el infinito de un crecimiento sin emisiones de carbono.