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La libertad y la batalla por los derechos digitales

La libertad y la batalla por los derechos digitales

Elena Herrero Beaumont

Escribo estas líneas después de haber escuchado el discurso de la escritora Ana Iris Simón. Esta manchega de 29 años reivindica la vida de nuestros abuelos y de nuestros padres, donde el peso de la familia y de la tradición rural marcaba la vida de millones de españoles. Iris añora el espíritu de familia y de comunidad y también el progreso económico y social que disfrutaron esas generaciones. Ella se declara “antiliberal”. Considera que el liberalismo que ahora determina nuestras vidas es una fuerza del mal que nos impide alcanzar una infraestructura material digna y que nos obliga a renunciar a nuestra condición de padres y madres.

Este discurso, que permea su aclamada obra Feria, y que alimenta un movimiento de millones de jóvenes como ella, se alza contra el último documento tecnócrata del gobierno de Pedro Sánchez, España 2050, Fundamentos y Propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo. Este documento es resultado de un proceso largo liderado por otro grupo de jóvenes españoles que pertenecen al lado vencedor de la globalización económica y tecnológica. Expertos educados en Oxford y Harvard, que proponen soluciones políticas a golpe de la frialdad del dato.

El premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, sufrió de joven lo mismo que está sufriendo la manchega Ana Iris. Fue testigo de cómo su ciudad natal fue arrasada por las fuerzas del mercado, lo que determinó su vocación como economista de izquierdas y sus propuestas frente a la globalización y sus discontents. A lo que no renunciaría nunca Stiglitz es al concepto de democracia liberal que hemos venido desarrollando en la Europa Occidental y en Estados Unidos desde hace 250 años. Si Ana Iris se declara antiliberal, los líderes de Silicon Valley se declaran libertarios e hijos de Ayn Rand. Para Ana Iris la democracia liberal es una milonga. Para los líderes de Sillicon Valley es un estorbo en su carrera hacia la innovación transhumanizada.

“El verdadero enemigo que nos oprime es la soberanía del algoritmo que de manera sorprendente se ha erigido como en verdadero soberano global”.

En esta dialéctica, me decanto por el diagnóstico que hace José María Lassalle. “El verdadero enemigo que nos oprime es la soberanía del algoritmo que de manera sorprendente se ha erigido como en verdadero soberano global”. Una soberanía fundamentada en la filosofía libertaria de unos cuantos líderes tecnológicos que cabalga lejos del bello liberalismo que idearon los mejores pensadores que ha producido Occidente y frente a la cual los Estados se quedan desarmados. Es aquí donde la Unión Europea está librando la batalla, proponiendo una regulación masiva de nuestros derechos digitales como europeos a través de la Ley de Servicios Digitales, la Ley del Mercado Digital y el Plan de Acción para la Democracia Europea.

En este contexto, comprender cómo funciona la infraestructura tecnológica y el impacto que tiene en nuestra vida en común es un paso necesario.

Internet como nuestra nueva infraestructura: características

La tecnología ha cambiado de manera radical cómo vivimos e interactuamos con los otros, y, muy especialmente, ha transformado la principal precondición de la democracia liberal: la información y la habilidad de los ciudadanos para tomar decisiones. Ya está suficientemente demostrado que Internet presenta una serie de riesgos a nuestro proyecto democrático, basado en el ethos humanista liberal. Riesgos que la pandemia ha, sin duda, agudizado.

Internet es un gran supermercado gestionado por cinco gigantes tecnológicos (Google, Amazon, Facebook, Apple y Twitter), que se han convertido en los nuevos intermediarios del proceso de comunicación pública, desplazando a las compañías de medios tradicionales. Uno de los grandes riesgos que acecha a nuestra vida democrática es la constante vigilancia de nuestra actividad online, que éstos gigantes han logrado convertir en datos que pueden ser manipulados a través de algoritmos para ofrecernos contenido personalizado que nos llama la atención. Nuestra atención se ha convertido en el gran commodity de estos intermediarios. Otro de los riesgos para nuestra vida democrática es la concentración de poder de estos gigantes tecnológicos, que han fijado las nuevas reglas del juego. El éxito para captar nuestra atención en el nuevo espacio público reglado por las plataformas es apelar a nuestra ideología política, y una variante más emotiva aún: nuestra identidad.

Estamos atrapados en un proceso emocional destructivo que altera nuestra capacidad de pensar con claridad y con atención plena

Este contenido digital, basado en opiniones y creencias radicales e incluso en desinformación, nos engancha a través de nuestra emoción (y de nuestro narcisismo) alimentando así miles de comunidades online (las famosas echo chambers) que construyen su propia realidad identitaria. Estamos atrapados en un proceso emocional destructivo que altera nuestra capacidad de pensar con claridad y con atención plena. El resultado es la polarización de tribus que describen con especial brillo autores como Ezra Klein y Jonathan Haidt.  Sin un terreno común de historias comunes basadas en la realidad objetiva, somos presas fáciles de anunciantes y populistas. Bienvenidos al ethos de la posverdad.

Nuestra respuesta, nuestra libertad

Para preservar nuestra libertad y dignidad como ciudadanos, que sólo es posible en una democracia basada en el ethos humanista liberal, tenemos que ser ciudadanos atentos, vigilantes y críticos con los riesgos derivados de este nuevo proceso de comunicación pública digital. Desde los inicios de la democracia ha existido un debate sobre hasta qué punto la ciudadanía está preparada para entender el mundo que la rodea y poder tomar decisiones políticas virtuosas. A un lado se colocan los elitistas como Walter Lippmann  y al otro  los demócratas como John Dewey. Nosotros nos decantamos por la idea de Dewey: si logramos comunicar a la ciudadanía la información de manera pedagógica, intuitiva e incluso artística, lograremos una correcta participación. Así lo asegura también la filósofa Martha Nussbaum y el constitucionalista Lawrence Lessig. Y existe evidencia reciente que lo avala: la democracia deliberativa funciona si se estructura adecuadamente.

Para ello el papel de la prensa se convierte en esencial. Su reto es encontrar la manera de comunicar a la ciudadanía historias sobre nuestra realidad común de una manera accesible, intuitiva y bella. Las empresas de medios, con ayuda del Estado, tendrán que invertir en políticas de transparencia y gobernanza que permitan un acceso del público a su actividad y su progresiva confianza. Se está confirmando una tendencia en ese sentido, es decir, el aumento de lectores ciudadanos en aquellas marcas periodísticas que han apostado por la ética y la transparencia corporativa y periodística.

Otra clave para una democracia deliberativa es nuestra atención, que algunos autores exigen que se legisle como derecho, pues sin atención no puede satisfacerse de manera eficaz nuestro derecho a la información y a la expresión (Puri, 2021; Parsons, 2020; Tran, 2016). La atención es la base de nuestros procesos cognitivos y emocionales, e incluso es la base de nuestro bienestar. Una falta de atención nos convierte en seres emocionales, destructivos y víctimas del estrés, la ansiedad y la depresión.  Ya lo dijo William James, el padre de la psicología en Estados Unidos: “los genios tiene un poder de atención superior al de sus pares.” Lamentablemente, estamos comenzando a ver las señales del impacto de la falta de atención en nuestro desarrollo. Según el neurocientífico francés, Michel Desmurget, los nativos digitales son la primera generación con un coeficiente intelectual más bajo que el de sus padres. La regulación sobre nuestra privacidad tendrá un impacto definitivo en la deriva del mercado de la atención. 

En resumen, reconstruir el ethos humanista liberal en al democracia digital requiere espacios de deliberación, de unas compañías de medios éticas que sepan comunicar nuestra realidad común de una manera atractiva y transparente, y de unos ciudadanos “enlightened”, merecedores de unos derechos de atención e información veraz. Sostener nuestro proyecto democrático humanista liberal es una obligación moral de las generaciones presentes y futuras.

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