Para alistarse en la filas de la cosmética sostenible se necesitan cuatro “noes”. No plásticos. No tóxicos. No huella de carbono. No crueldad animal. Todo junto es mucho y, como suele suceder, ante tanto cambio aparece el susto y ante tanto susto aparece el bloqueo. ¿La solución es, entonces, seguir con viejos hábitos de consumo? Para nada. La respuesta parecería estar cerca de entender cómo nos relacionamos con la problemática medioambiental. Si vemos fotos de tortugas nadando con bolsas de plástico, bosques en llamas, montañas de basura sin clasificar y lo sentimos como algo ajeno a nosotros, es que no estamos entendiendo nada.
La solución tampoco radica en llenarse de culpa al comprar en el supermercado un desodorante masivo o echarse en el pelo champú con siliconas. Ni hablar de tomar una famosa bebida marrón con burbujitas o comprar huevos de gallinas que no tuvieron la suerte de corretear en total libertad. Olvidarse la bolsa reutilizable a la hora de comprar tiene los días contados para convertirse en delito. Aprovechar las rebajas de temporada para renovar el guardarropas, comienza a estar tan mal visto como sentarse en un restaurante y pedir un buen chuletón.
En vísperas de la próxima COP26 -que se celebrará en noviembre próximo en Glasgow, Reino Unido- en la que se avanzará en la implementación del Acuerdo de París, la sociedad civil no puede convertir en normalidad la resistencia hacia nuevos y urgentes cambios de hábito en la manera de consumir. Sin caer en el abismo de la flamante eco-ansiedad, es mandatorio que estemos informados y actuemos en consecuencia.
“Al planeta no le va a ir mal sin nosotros, pero nosotros las vamos a pasar canutas”, dice en su libro EcoAnsias (Ariel) la periodista y escritora Irene Baños; allí plantea la angustia personal que le generó la información sobre la situación medioambiental. Y es un gran ejemplo: en lugar de paralizarse, escribió un libro relatando su experiencia sumada a una guía de comportamiento para aquellas personas que quieren comenzar a involucrarse.
En 2020, el consumo de productos de perfumería y cosmética en España alcanzó los 7.761 millones de euros. Pese al impacto del Covid-19 en el sector, España se sitúa como el quinto mercado europeo de productos de belleza, con un consumo per cápita de 154 euros al año según cifras de Stanpa (Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética) ¿Dejamos de consumir las marcas tradicionales y matamos a la industria? No. Empezar a apostar por nuevas marcas (¡que las hay y muchas!) que nacieron con conciencia verde mientras acompañamos los procesos de transformación de las grandes líderes de belleza, sería un camino coherente y posible.
El malo de la película es el protagonista
Según datos de la filial local de GreenPeace los mares y océanos reciben 12 millones de toneladas de basura por año. Esto equivale a 1.200 veces el peso de la Torre Eiffel. Una botella de plástico tarda 500 años en degradarse. En España, sólo se recicla el 30% de los plásticos. El 75% de la basura marina, que se recoge en las playas españolas, es plástico.
¿Cuántos de estos plásticos vienen de la industria de la cosmética e higiene? No hay cifras al respecto. Pero calculando que una persona usa, según datos de Stanpa, entre 7 y 9 productos de cosmética al día y que, la gran mayoría –por no decir todos- vienen en envases de plástico, se puede deducir que la cifra está lejos de ser baja.
Incorporar hábitos sostenibles en el hogar como comprar champú sólido en lugar del tradicional en envase de plástico ayuda pero no es suficiente. Los gobiernos tienen un papel fundamental para la creación de políticas y acuerdos claros para poner fin a la problemática del plástico. Se necesitan acciones urgentes para ampliar la buena voluntad de las personas, ONGs y fundaciones.
La buena noticia es que La Fundación Ellen MacArthur publicó el pasado 31 de agosto un libro blanco que establece su punto de vista sobre un nuevo tratado de la ONU para combatir la contaminación por plástico, como así también la transición a una economía circular para los plásticos. Busca ocuparse del problema basándose en tres conceptos fundamentales. A saber: Eliminar, lo que no necesitamos desde el principio; Innovar, para que los plásticos sean reutilizables, reciclables y compostables; Circular, los plásticos para mantenerlos en la economía.
Compromiso público y privado
En la actualidad son más de 100 estados miembros de la ONU los que piden formalmente un acuerdo para acabar con la contaminación por plástico. El objetivo de crear una estrategia global para eliminar la basura marina y la contaminación plástica logró el apoyo de 20 instituciones financieras líderes que representan más de 3 billones de euros en la administración de activos, entre ellas, Achmea Investment Management, Aviva Investors, BMO Global Asset Management, BNP Paribas Asset Management y Fidelity International. También cuenta con el aval y compromiso de más de 50 empresas, varias de ellas son las marcas de consumo masivo más grandes del mercado a nivel global como Coca-Cola, Unilever y Nestlé. Además de las empresas y financieras, más de dos millones de personas firmaron la petición para acabar con la contaminación por plásticos.
“El creciente número de empresas que piden un tratado envía una fuerte señal a los estados miembros de la ONU de que la industria y la sociedad civil están unidas en querer que los gobiernos actúen de forma decisiva sobre esta cuestión. Los crecientes costes de la contaminación por plástico para las personas y el planeta ya no pueden ser ignorados: es un problema global que no puede ser resuelto sin soluciones globales”, afirma Marco Lambertini, Director General de WWF Internacional, organización que también lidera esta iniciativa. El manifiesto empresarial que pide un acuerdo global sobre la contaminación por plásticos permanece abierto para nuevos signatarios.
Como si el tema de los plásticos fuese ligero, aparecieron en escena sus primos hermanos: los microplásticos. Fragmentos inferiores a 5 milímetros que surgen, por un lado, de la degradación de residuos plásticos más grandes (botellas, bolsas, envases, etc) por el efecto del viento, del agua y del sol. Por el otro, son fabricados directamente por grandes empresas para incorporarlos intencionalmente en productos de belleza e higiene. Están presentes en pastas de dientes, cremas de exfoliación facial y corporal, geles de ducha, champú, barra de labios… Están en todos lados. Son tan pequeños que al ser utilizados no son capturados par los sistemas de filtración y llegan a los mares, ríos y océanos afectando la biodiversidad marina.
Ambar, empresa especializada en servicios de gestión integral de residuos peligrosos y no peligrosos con 15 años en el mercado, lo explica claramente en su web oficial:“Por ser partículas de tamaños microscópicos, una parte importante sobrevive a los procesos de gestión de aguas residuales en las plantas depuradoras, esto a pesar de los avanzados sistemas de filtración de agua que poseen estas plantas. Las partículas microplásticas que sí son filtradas se acumulan en los conocidos lodos de depuradora, parte de la gestión que se realiza con estos lodos es reutilizarlos en la fertilización de suelos o se colocan directamente en vertederos. En cualquier de estas variantes, las microfibras plásticas terminan regresando al ciclo de contaminación. Los microplásticos tienen el potencial de acumularse en grandes volúmenes en el mar y su poder tóxico aumenta debido a que esas partículas en el mar absorben toxinas que se mezclan a las que contienen por la propia composición química del plástico”.
¿Llega el microplástico del mar al pez, y de allí a nuestro plato? Sí. Y si bien todavía no hay pruebas científicas que hablen del daño que esto podría provocar al ser humano, con sólo recurrir al sentido común sería suficiente: nuestro cuerpo no está diseñado para consumir plástico. Punto.
Los actores secundarios también son malos
No tóxicos. No huella de carbono. No crueldad animal. Vamos por parte así evitamos la eco-ansiedad. Mucho “Om” que aún queda tela que cortar.
¿Qué es una toxina? El Dr. Alejandro Junger, doctor en medicina y creador del programa Clean lo explica en su libro homónimo (Ed.Planeta). “Una toxina es algo que interfiere la fisiología normal y tiene un impacto negativo sobre las funciones del cuerpo”. Y agrega: “La principal fuente de toxinas que entran a través de la piel son los cosméticos y los artículos de tocador. Colorantes, perfumes, agentes espumantes, metales pesados usados como estabilizantes y texturizantes, curtidores, tintas y alcoholes y cientos de otros tóxicos potenciales se incluyen frecuentemente en fórmulas cosméticas.
Los productos para las uñas y el cabello, los desodorantes, todo lo que utilizas normalmente en el cuarto de baño o guardas en el estuche de maquillaje, así como lo que se utiliza en el salón de belleza de tu ciudad tienen compuestos químicos que no existen en la naturaleza. Los trastornos del sistema endócrino suelen ser problemas relacionados con los parabenos, un grupo de sustancias químicas que se encuentran en los productos para piel y cabello. Muchos desodorantes contienen aluminio para evitar la sudoración, lo que supone un doble agresión: introducir un químico más en el sistema circulatorio y cerrar los poros, originalmente diseñado para eliminar toxinas”.
Al “to do list” debemos sumar leer las etiquetas. Si aparecen nombres como Benzofenona, fenoxietanol o phenoxyethanol; butilhidroxitolueno, siliconas, óxido de titanio, alquitrán, ftalatos… lo mejor que podemos hacer por nuestro bienestar y el del planeta es no poner ese producto en el carrito de la compra. Lo que suele ocurrir es que las etiquetas son bastante complejas de entender. Por ejemplo si dice Propylparaben, Butylparaben o Benzylparaben, son parabenos; uno de los componentes que peor prensa tiene y con justa razón. Tranquilos: no hay que estudiar bioquímica para poder seguir utilizando productos de belleza. Hay varias apps que llegaron para facilitarnos la vida. Inci Beauty; Yuka; Ingred; Think Dirty y 1Source son sólo algunas de ellas. Mediante el escaneo del código de barras brindan información sobre los ingredientes
Existen dos prejuicios sobre la cosmética sostenible: que el resultado final no es tan bueno y que le falta calidad. Nada más lejos de la realidad. Los ingredientes naturales son excelentes, sólo que hay que darle tiempo al cuerpo a que vuelva a su proceso natural. Por ejemplo, si una persona utilizó toda la vida un acondicionador con siliconas, su cuero cabelludo se tornó “perezoso”, esto es: dejó de producir el aceite natural que lo protege. Si de un día para el otro comienza a usar un acondicionador con componentes naturales, ante los primero lavados del cabello sentirá que le queda más “duro y áspero”. Luego de un par de semanas quedará impecable ¡con el plus de que no está intoxicando a su cuerpo ni al planeta! Por otro lado, para asegurarse la calidad de los ingredientes utilizados se recomienda buscar en el packaging de los productos los sellos de certificadoras bio como Cosmos Organic, Bio Vida Sana, Ecocert, Cosmebio y Ecocert.
Otro factor primordial a tener a cuenta es la huella de carbono. Las marcas deben ser transparentes en cuanto a la trazabilidad de sus productos. Como consumidores debemos preguntarnos si compensa comprar un producto de cosmética natural que tiene que recorrer 10.000 kilómetros para llegar a nuestro cuarto de baño. Por más natural que sea un ingrediente si no se lo cosecha relativamente cerca del lugar donde se fabrica el producto o, por su gran demanda, termina impactando negativamente en el medio ambiente no se estaría actuando con coherencia. Tal es el caso del aceite de palma: sus propiedades son muy buenas para la cosmética natural pero está está causando deforestaciones a gran escala de bosques tropicales, como consecuencia se registra una pérdida de biodiversidad y una destrucción masiva del medioambiente. Cuidado: no todo lo natural o ecológico es sostenible
Y por último, para que un producto de cosmética se considere ciento por ciento sostenible debe ser cruelty-free, es decir: que no haya sido testado en animales. Diferente a un cosmético vegano que significa que no contiene ingredientes de origen animal, ni derivados.
Las empresas de cosmética que no apuesten por lo sostenible, tarde o temprano, desaparecerán.Como consumidores tenemos el poder de exigirles que no subestimen nuestra inteligencia con campañas de greenwashing. Como ciudadanos, éticamente responsables, debemos incorporar el consumo consciente como parte de nuestras vidas. El planeta necesita medidas drásticas y urgentes. Descansar en un refill o en un cubo de reciclaje sólo nos lava la conciencia. Alzar la voz, compartir información, concienciar e incomodar es imprescindible. Las acciones individuales ayudan, las colectivas transforman. Y sin transformación nos quedamos sin planeta.